Voy con una semana de retraso, pero ya comenté que me encontraba en época de exámenes. En esta ocasión, el relato debía girar en torno a una caja de cartón que tuviera algún poder en concreto. En mi caso salió más extenso de lo que pensaba en un inicio, ya que quise darle un contexto algo más amplio.
¡He aquí mi relato!
¡He aquí mi relato!
Dream for Real
Cierro los ojos
e inspiro el aroma de mi hogar. Hacía ya mucho tiempo que deseaba volver a mi
tierra natal, y, en cuanto se me presentó la oportunidad, no dudé ni un segundo
en preparar las maletas llevándome justo aquello que me era indispensable. No
me importó tener que prescindir de ciertas personas, lugares y momentos que
jamás volverían a darse, simplemente me dejé guiar por mis anhelos de volver y
tratar de recuperar aquel pasado que tanto me costó dejar atrás.
Meto la mano
en el bolsillo y busco la llave que me permitirá comprobar si su interior resta
igual que el exterior. Esta pequeña casa de paredes blancas aún mantiene
aquella aura que la hacía tan especial, como si formara parte de un mundo
aparte, completamente indiferente al lugar al que perteneciera. Mantengo la
respiración al tiempo que inserto la llave en la cerradura, la misma de hace
veinte años atrás. Tras oír cómo se abre el cierre, reúno el coraje suficiente
y empujo suavemente la puerta, permitiéndome
disfrutar del suave tacto del relieve en la madera. Me deleito al confirmar que
nada ha cambiado, y me siento como un extraño que trata de quebrantar el hermoso
silencio que debe haber asolado el lugar en los últimos años.
Antes de
quitarme lentamente los zapatos, dejo a un lado las maletas, cerca del antiguo
colgador situado junto a la puerta. Parece que no haya pasado el tiempo, ni
siquiera soy capaz de apreciar ni una mota de polvo en el ambiente. Dirijo la
vista a mi izquierda, donde se encontraba nuestra antigua sala de estar. Aún
permanecen intactos los sofás de piel con sus cojines morados. Acercándome a
ellos visualizo la estantería, aún con las fotografías de mis padres. Sonrisas
congeladas que ya no son capaces de desprender aquella felicidad contagiosa,
que con solo verlas eras incapaz de seguir sumido en tu tristeza. Demasiados
recuerdos he tenido que bloquear antes de empezar a plantearme el volver. Veinte
años son los que he tardado en cerrar mis heridas y volver aquí para tratar de
recuperar mi pasado. Era inevitable que tarde o temprano el destino me
devolviera al lugar al que pertenezco con el fin de intentar concebir un futuro
mejor. Esta vez no elegiré la opción equivocada.
Sigo revisando
la planta baja, comprobando como el comedor y la cocina siguen intactos,
incluso me atrevería a decir que es posible que en alguno de los armarios aún
se encuentre mi vieja caja de galletas con mis primeras figuras de juguete en
su interior. Tras disfrutar un poco más de pequeños descubrimientos ya
realizados tiempo atrás, me decido a subir al piso superior. Al tiempo que
avanzo por las escaleras, siento el crujir de la vieja madera bajo mis pies
descalzos.
Encontrándome
frente al pasillo que conduce al resto de dependencias de la casa, me decido
por visitar la habitación en la que pasé la mayor parte de mi niñez. La puerta,
entreabierta, es lo único que desentona y no consigo rescatar de mis recuerdos.
El interior de la habitación es completamente impecable: mi cama, demasiado
pequeña para mi yo actual, sigue perfectamente hecha, solo una leve arruga
producida por la almohada perturba tal perfección; el suelo, aún con algunas
piezas del rompecabezas de Toy Storyä, no muestra prueba alguna de que alguien haya
irrumpido en ella recientemente; los cuadros de mis dibujos animados favoritos
perduran en las paredes, entre dibujos e ilustraciones realizadas por mí algún
tiempo atrás. Recuerdo el día en que realicé todas aquellas pinturas, con mis
pasteles favoritos daba a conocer todas las aventuras que me sucedían en esta
casa. Entonces, en uno de aquellos dibujos reconocí algo que creí haber
olvidado.
Salgo
corriendo de la habitación, recorriendo el pasillo que me separa de mi
objetivo. En mi camino, percibo la ligera inclinación que caracterizaba a los
cuadros de esta casa, los cuales te acompañaban hasta llegar al final del
corredor. Tal y como me temía, era muy probable que aquello que deseaba volver
a ver más que nada, lo que realmente era lo más valioso que existía para mí, mi
esperanza, aún permaneciera en el mismo lugar donde lo escondí. Quizá lo único
que podría haber perturbado el estado de mi hogar era aquello que se
encontraba, o debería encontrarse, en el desván.
Tiro
suavemente de la cuerda que permite dejar caer la escalera para poder subir
hasta la puertezuela y acceder al que fue para mí el mejor lugar en el que
distraerse de los problemas. Una vez terminada de fijar la escalera, subo
lentamente cada uno de los peldaños hasta poder llegar a sacar la cabeza por la
apertura. Todo es oscuridad, pero no tardo demasiado en dar con una pequeña
linterna. Sorteando el par de escalones que me quedaban y me hago con el
control de mi nueva fuente de luz. Paseo distraídamente entre las cajas que se
amontonaban unas sobre otras por todos lados, escondiendo en su interior ropa,
libros, comics y objetos de diversa índole que mis padres habían querido
resguardar del paso del tiempo. Lo mismo hice yo con mi objeto especial. Pese
costarme diferenciarla de los demás, no tardo demasiado en dar con ella. Ahí
estaba, siguiendo igual que siempre, con sus pequeñas arruguitas en los bordes,
aquellas pequeñas manchas de suciedad fruto de las muchas aventuras que vivimos
juntos, los dibujos en forma de espiral en distintos colores con lo traté de
cubrir los pequeños desperfectos, el lazo rojo que encerraba el mayor de los
secretos por contar y la inscripción en su lateral: «Dream for real[1]»,
con la caligrafía de mi padre. Esa fue la frase que me acompañó toda mi
infancia, juntamente con aquella preciosa caja de cartón. Quizá no se tratara
aparentemente de algo muy valioso, pero en su interior residía algo sumamente
increíble e imposible de imaginar: todo tus sueños, tus mayores deseos, aquella
caja era capaz de hacerlos realidad. ¿Quién sería capaz de creerse que en ella
se podía albergar eso y mucho más? Siendo franco, el día que por mi quinto
cumpleaños me fue regalada, dudé seriamente de si se trataba de una broma, pero
en el momento en que mi padre me pidió que pensara en lo que quisiera que
aquella caja me proporcionaría todo lo que deseara. Lo recuerdo como si fuera
ayer mismo:
-
Jake, lo que te voy a dar será el mejor regalo que puedas recibir. Es algo que
mucha gente desearía tener, por eso mismo es muy importante que lo trates con
sumo cuidado y no caiga en manos equivocadas. – Entre sus manos sostenía un
pequeño paquete de forma rectangular envuelto en un papel de regalo de un
sinfín de colores. Me incorporé en la silla lo máximo que pude para tratar de
adivinar qué podía esconderse bajo aquel pequeño envoltorio.
-
Papá, papá, dámelo. – Le insistí estirando los brazos para llegar a alcanzarlo.
Mi padre, sonriente, dejó que sostuviera yo mismo el paquete, mientras él, poco
a poco, iba retirando el envoltorio. Cada movimiento de sus manos descubría un
fragmento de lo que se escondía en su interior, hasta que al fin pude adivinar
de qué se trataba. Una pequeña caja de cartón, del mismo tipo de las que se
usan en las mudanzas reposaba, sobre mis manos.- Pero, papá, si es
simplemente una caja de cartón. - No pude evitar dejar
aflorar mi disgusto al ver que no se trataba de nada especial. Me sentí
engañado ante tal expectativa de que se tratara de algo tan extraordinario.
Pese a mi reproche, la sonrisa no desapareció de la cara de mi padre. De hecho,
creo que ya sabía cuál iba a ser mi reacción.
Entonces, cogió una servilleta de encima de la mesa,
la extendió como si se tratara de un folio de papel y se sacó de su bolsillo su
magnífica pluma que siempre llevaba encima. Se sentó a mi lado y me preguntó:
-
¿Qué es lo que te gustaría recibir en el día de hoy por tu cumpleaños? Piensa
en cualquier cosa. Deja volar tu imaginación.
En ese momento, en mi mente de niño, solamente se me
pasó por la cabeza lo que siempre había deseado pero se me había negado.
-
Un perrito. De aquellos que parecen de peluche. Blanco y de pelo muuuuy suave. -
Mi padre, en aquella servilleta anotó con su pluma: «Un cachorro de Golden Retriever.» Lentamente la dobló, abrió las solapas de la caja que
yo aún sostenía e introdujo la nota en su interior. Una vez se aseguró de que
la petición estaba correctamente situada en el fondo de la caja, cerró las
solapas y contó hasta tres. Me animó a que repitiera con él la secuencia en voz
alta. Al nombrar el último número, sentí como algo se removía en su interior y
poco me faltó para que la soltara de golpe y terminara en el suelo. Mi padre
con mucha delicadeza abrió las solapas, repitiendo el proceso anterior. Nada
más levantar la primera, pude ver como una pequeña cabeza asomaba por la
apertura. Ya os debéis imaginar mi cara de sorpresa al comprobar que realmente
había aparecido un perro dentro de la caja, algo que científicamente era
imposible y dudaba que mi padre tuviera dotes de mago.
-
Ya has visto de lo que es capaz de esta caja. Todo aquello que desees aparecerá
por arte de magia, por eso debes ser muy cuidadoso con todas las peticiones que
introduzcas en ella, ya que al son de un, dos, tres, aparecerá sea lo que sea
en su interior. No importa si son cosas materiales o intangibles, tampoco su
tamaño o forma, ya que pese a que su interior parezca de lo más pequeño, una
vez extraes lo que has pedido recupera su tamaño original.-
Me advertía al tiempo que sacaba al pequeño Toby de su interior.-
Recuerda: Sueña, desea para que sea real.
Desde
aquel día, pasé mi infancia descubriendo que podía ofrecerme la caja. Un día sí
y otro también, andaba con un bloc de notas anotando todo aquello que me
apetecía e introduciendo mis peticiones en su interior. Un, dos, tres, y aparecía toda clase de objetos, mayormente
juguetes: soldaditos de plomo animados, coches teledirigidos, osos de peluche
con los que me divertía cantando, un payaso que se dedicaba a entretenerme
cuando ya estaba aburrido y no sabía qué hacer… Siendo todo ello cosas de lo
más banales y sin más utilidad que el complacerme.
No
obstante, había algo con lo que no había contado mi padre. Diez años más tarde,
nos encontrábamos cenando todos en el comedor cuando me recriminó que abusaba
demasiado del poder de la caja. Lo cual, provocó mi enfado y que arremetiera
contra ambos:
- Te
advertí que no debías darle un mal uso, pero tampoco te avisé que no debías
abusar de lo que podía ofrecerte. Desde que te la di no has hecho más que
usarla para divertirte y sacar de ella objetos sin provecho alguno. Deberías
tratar de aspirar a más y pedir solo aquello que realmente desearas no simples
cosas mundanas que necesitas en un momento determinado sin más función que el
entretenerte.
- Papá, ¿no me dijiste que le diera el uso que
quisiera? ¿Que pidiera todo aquello que deseara? Simplemente me he dedicado a
aprovechar todo lo que he podido, no podía dejar pasar la oportunidad de
obtener todo aquello que se me pasara por la mente. - Le respondí con malas formas. Vi como la cara de mi padre se encendía
tiñéndose de color escarlata.
Mi madre trató de calmarlo desde la cocina:
- Cariño, Jake tiene razón y le ha dado el uso
que ha querido conforme su edad. A medida que se haga mayor, verá otras formas
de aprovecharla mejor. - Se acercó y se puso a su lado dándole leves
palmaditas en el hombro.- Hijo, deberías hacer caso a tu padre y prescindir un
poco de ella, no creo que sea recomendable que sigas utilizándola día tras día
sin pensar que algunas peticiones son completamente innecesarias.
El tratar de “innecesarias” mis sueños, mis
diversiones, mis deseos, fue la gota que colmó el vaso. Ya con anterioridad
habían tratado de poner fin al uso indiscriminado que le había dado a la caja,
así que esta discusión fue el punto y final al tema de «Qué podía pedir y qué
no». Sin pensarlo demasiado, aproveché la misma servilleta que había estado
usando, cogí el tenedor y con la salsa que me quedaba en el plato escribí:
«Deseo que mis padres me dejen en paz y poder hacer lo que yo quiera». Metí la
nota en el interior de la caja y esperé a que sucediera el milagro. Un, dos,
tres, y como si todas las luces se hubieran fundido, quedé en completa
oscuridad. En cuanto conseguí recuperar la electricidad, solo existía el
silencio en casa. Oía mis propios pasos pero nada más.
- ¿Papá? ¿Mamá? - No obtuve respuesta alguna.
El ambiente se tornó gélido y fui incapaz de
volver a utilizar aquella caja. Decidí esconderla en el desván hasta que fuera
algún día capaz de volver a utilizarla. Mi última petición había sido demasiado
arriesgada, fruto de un momento de impulsividad, sin posibilidad de revocarla.
Pese a la buena infancia que había pasado en aquella
casa, me fue imposible seguir permaneciendo en ella tras lo que había sucedido.
A día de hoy, los extraño más que nunca. Veinte años he tardado en decidir
retornar a mi hogar, y aquí estoy para redimir mis errores. Durante todo este
tiempo he deseado con todas mis fuerzas que todo fuera una pesadilla, pero sé
del seguro que esto no es posible. Día tras día, he esperado su llamada, una
llamada que jamás se efectuó.
Ahora me hallo sentado en el desván con la caja sobre las
piernas, mi bloc de notas enfrente de mí y la pluma de mi padre en la mano. Vacilo
sobre cuáles son las palabras correctas para mi petición. ¿Debería escribir un
simple «Lo siento»? Sería un mensaje sincero, pero que dudo que la caja
entendiera. Debería ser más preciso en qué es concretamente lo que pido.
Deseo
volver veinte años atrás.
Esta sencilla frase consiguió que mi la caja de cartón
estallara en mil pedazos, formando una lluvia de colores a mi alrededor. Sin
embargo, no tardó demasiado en extinguirse, permitiéndome comprobar que seguía
en el desván, con la única diferencia de que entre mis manos ya no existía caja
alguna. Cierro los ojos y me echo a llorar. Encogiéndome, me abrazo las piernas
hasta no oír nada más que mis sollozos. Incluso me parece notar que los pájaros
se habían vuelto mudos.
Entonces, cuando ya lo daba todo por perdido, escuché una
voz que me resultó de lo más familiar. Un simple murmuro que me devolvió toda
esperanza. Una voz que hacía demasiado tiempo que no escuchaba.
- ¿Jake? ¿Estás ahí? ¿Por qué no bajas a cenar?
No tardé ni dos segundos en bajar al comedor, para
deleitarme de nuevo con las sonrisas que tantos años me habían hecho falta.
Sonreí, al fin.
El destino no existe, tú forjas tu destino con tus propias decisiones.
Por ello, a veces tomamos decisiones precipitadas y la vida nos castiga por
ello. Sin embargo, siempre existe la opción de dar con la solución y recuperar
lo perdido.
Me ha encantado. Hay que tener mucho.cuidado con lo que se desea
ResponderEliminarMe ha gustado, pero luego mepaso otra vez y me lo miro mejor, que lo he tenído que leer a ultravelocidad ;)
ResponderEliminarbesitos<3
Que bueno que al menos pudo deshacer lo que paso la mayoría de nosotros no podemos dar marcha atrás a nuestros errores. Besos desde mi galaxia n.n
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