Algunos de nuestros autores españoles quieren celebrar Halloween con Versátil y todos vosotros. Del 24 al 28 de octubre van a escribir un microrelato "especial Halloween" en cadena, es decir, cada uno escribirá un párrafo, que colgaremos diariamente en el facebook de Versátil, hasta completar la historia. Pero sin final. Porque queremos que el final lo escribáis vosotr@s.
¿Cómo participar?
Escribe el párrafo final de la historia y mándanoslo entre el 29 de octubre y el 1 de noviembre a concursos@ed- versatil.com indicando en el asunto "Truco o trato". No olvides indicar tu nombre completo.
Los mismos autores de Versátil serán los que decidan el final ganador.
¿Qué puedo ganar?
Además de pasar un buen rato, un magnífico lote de libros especial Halloween seleccionado de nuestro catálogo y una sorpresa "truco o trato".
El microrelato final será maquetado y publicado en nuestra web y redes sociales.
¡Anímate y participa!
Más info: Página de Ed. Versátil en Facebook
*Nota informativa de Ed. Versátil
A mí me da que sí que voy a participar :) Por el momento tan solo se han publicado los tres primeros fragmentos:
Aquel iba a ser un Halloween muy especial, se dijo Alex. Un punto y aparte en su vida. Cuando sus compañeros de clase descubrieran a qué casa se había atrevido a ir a pedir caramelos, dejarían de burlarse de él y comenzarían a respetarle. Zanahorio, Esmirriao, Carasepia... todos los estúpidos apodos que le habían ido poniendo por culpa de su aspecto enclenque desaparecerían. No volvería a ser invisible nunca más. Lo único que tenía que hacer era cruzar aquel jardín que parecía retarlo con sus malas hierbas siseando por culpa del viento, llamar a la puerta y pedirle caramelos a la huraña y misteriosa Anavia Daluenga. Eran pocos los que se habían atrevido a llevar a cabo aquella empresa, y menos los que habían regresado con sus conocidos dulces de miel y limón. Nadie sabía a ciencia cierta cómo los fabricaba o qué ingredientes utilizaba para que tuvieran aquel sabor. Lo único que estaba claro era que, según se decía, quienes los probaban no los olvidaban jamás, y que serían la prueba fehaciente de que él había estado allí esa noche. Alex no quiso perder más tiempo. Respiró hondo, se armó de valor y cruzó el descuidado jardín en dirección al tenebroso hogar de la anciana. Después tocó el timbre y aguardó...
(JAVIER RUESCAS, autor de la trilogía Cuentos de Bereth)
… ¿Se oían pasos al otro lado de la puerta o era su corazón el que batía sin bisagras? "No sé qué hago aquí, es verdad que soy un Don Nadie", se maldijo Alex, insultándose por la cobardía que ahora le pegaba los pies y la esperanza en el umbral de aquella hostil casa. "Vete, carasepia", parecía decirle la enorme puerta. No se fue. Los latidos de su corazón se acompasaron con los pasos de la mujer que abrió la puerta. Alex dio un respingo. ¿Era ella Anavia Daluenga? Olía a cerrado desde el interior. A moho. A baúles llenos de trastos. No había dulzura, ni limón, ni miel en aquel olor.La mujer que abrió le miraba desde su altura, considerable frente al escueto Alex. Le miraban los hombros de la mujer, anchos, cubiertos con una estola de color rojo. Le miraba la estola, el rojo, el pelo negro moteado con canas, todo en aquella mujer eran ojos y sombra. Todo en Alex era pánico.- Qué se te ha perdido aquí -afirmó la mujer, sin deje interrogante.- N… No… Yo… Yo… Eh… Señ… ñ.-- -logró balbucear Alex sin echarse a llorar.- Veamos… Sí, soy la señora Daluenga. Sí, me estás molestando. No, no tengo limosna. No, no tengo ganas de aguantar tu desgracia ni historias amargas de tu miserable vida. Sí, mi casa es vieja. Sí, mis caramelos son famosos. No, no te voy a dar uno. Pero eres el único con el valor a esperar a que yo abriera, el único que ha resistido en años los latidos de su corazón frente a esta puerta. No te voy a dar caramelos, pero te voy a invitar a que pases y veas cómo se hacen.Dicho esto, Anavia Daluenga se cruzó de brazos y miró a Alex.- ¿Quieres pasar o tu valentía se limita a llamar un timbre y molestar a una anciana?Le soltó todo esto mientras Alex miraba pasmado a aquella mujer que no era anciana, que no tenía tiempo, que solo tenía ojos. ¿Realmente le acababa de invitar a pasar? ¿Tan fácil? ¿Dónde estaba el truco?
(NATALIA SANGUINO, autora de Diario de una periodista en paro)
Alex dudó ¿debería entrar? ¿Debería fiarse de la oscura Daluenga? Parte de él gritaba “Zanahorio sal corriendo o te meterás en problemas” pero otra parte, hasta el momento desconocida para él, le gritó aún más fuerte “Alex, sé valiente y entra. Nada malo pasará”.Con las rodillas más flácidas que un chicle, Alex consiguió dar un paso y otro y otro, hasta entrar en aquel oscuro, feo y sucio lugar. ¡Blom! Sonó la puerta al cerrarse tras él. Incapaz de moverse y casi de respirar fue a tragar el nudo de emociones que estaba atascado en su garganta, cuando escuchó a la mujer decir a su espalda:—Pasa a la cocina. Es la puerta negra de la izquierda. Enseguida iré.—Se… se… señora Daluenga yo… yo…so…—He dicho que pases a la cocina—insistió clavando sus oscuros ojos en él.Sin dudarlo ni un segundo obedeció. Cualquiera desobedecía. Y su cara se desencajó cuando al abrir aquella costrosa y mugrienta puerta se encontró con algo que nunca esperó ver. Allí, ante una enorme mesa de madera oscura, había una niña de grandes ojos azules y pelo rubio y reluciente jugando y riendo con dos gatos azulados. Al verle, la niña se paró y saludó.—Hola, Alex. Te estaba esperando para jugar. ¿Truco o trato?Boquiabierto por aquello fue a contestar cuando….
(MEGAN MAXWELL, autora de Las ranas también se enamoran y Fue un beso tonto)
… escuchó, con pesar, el chirrido de un pesado cerrojo tras él. El miedo lo paralizó y dejó de respirar por un momento. Anavia los había encerrado en la cocina.
-“Sapos y arañas, me comeré tus entrañas…” -canturreaba la niña mientras seguía jugando con los gatos, tranquila y sonriente, como si todo marchase a la perfección y el miedo no fuera con ella.
Miró a Alex una vez más con sus ojos cristalinos e inocentes ensuciados por el reflejo de aquel habitáculo oscuro hecho de tablones de madera tan vieja que en lugar de crujir gemía y gritaba. A Alex le pareció ver entre los huecos de la madera auténticos ojos y bocas de niños atrapados años atrás; bocas abiertas en muecas de horror y ojos suplicantes que mendigaban un alma.
-¿Truco o Trato, Alex? –repitió la niña, señalando a los dos gatos-. Este es Truco –dijo mientras ponía frente a la cara de Alex un gato negro de ojos pequeños y entrecerrados. El corazón de Alex dio un vuelco ante esos ojos maquiavélicos y se llenó de desconfianza-. Y este es Trato –continuó la pequeña, dando una patada al asustadizo compañero de Truco: un precioso gato de ojos grandes y tristes-. ¿Cuál quieres tú, Alex?
Alex se identificó rápidamente.
-Tr-tr-tra-Trato…
-Nos los ha dejado la señora Daluenga para jugar hasta que todo esté listo…. Es muy simpática. Y también me ha enseñado esta canción: “Sapos y arañas, me comeré tus entrañas…”
Alex vio como Trato saltaba sobre la mesa, lo miraba un momento y luego comenzaba a dar vueltas en torno a una de las ollas que allí reposaban, alzando la cola y erizando el pelo del lomo, como en señal de aviso. Alex destapó aquella olla sin dudarlo… y decenas de ojos enrojecidos, flotando en un caldo tan amarillo como el líquido que amenazaba con mojar sus pantalones, lo miraron desde las profundidades.
La sangre se esfumó de la cara de Alex. Entonces volvió a escuchar el chirrido del cerrojo de la puerta…
(Carolina Iñesta Quesada, autora de El Guardián de los Secretos)
Podía oír perfectamente la respiración de Anavia Daluenga, pero no se atrevía a darse la vuelta. No era capaz de apartar los ojos de aquel revoltijo de globos oculares que giraban sin cesar, desapareciendo entre las burbujas que inundaban la olla y apareciendo de nuevo, al cabo de unos segundos, con las pupilas dilatadas de par en par, clavadas en el pálido rostro del muchacho. Tragó saliva cuando la huesuda mano de la mujer se acercó a su hombro, aunque no lo llegó a tocar. El muchacho temblaba de los pies a la cabeza. Por alguna razón aquello pareció complacerla. Sonrió, asintiendo mientras bajaba la mano.
-¿Te dijeron que eran de miel y de limón? Mis caramelos –añadió al darse cuenta de que Alex no entendía lo que le decía-. Los dulces que los cobardes de tus compañeros llevaban a clase después de Halloween asegurando que se los había dado yo... ¿Realmente pensabas que recurriría a ingredientes tan prosaicos?
-Lo... siento... mu... mucho –logró articular Alex. Casi no le salían las palabras-. Deje que me... que me vaya, por favor... Nunca quise... molestarla...
-Ah, pero se supone que es Halloween –dijo la mujer en tono de protesta. Se detuvo a espaldas de la niña, que canturreaba para sí mientras deslizaba las manos por los aterciopelados cuerpos de Truco y de Trato sin prestar atención a lo que decían-. Y como te habrán contado tus amiguitos –continuó Anavia Daluenga- solo preparo mis caramelos en Halloween. No querrás perderte este espectáculo, ¿verdad?
-Si me deja... marcharme ahora mismo... le prometo que no volveré nunca. No sabrá nada más de mí...
La voz del muchacho apenas se escuchaba por encima del ruido que hacía la olla. El rumor del agua burbujeante en la que nadaban los ojos hacía pensar en el siseo de una serpiente a punto de atacar.
-Ha habido otros antes que tú –dijo la anciana de repente-. Tantos como los caramelos que ves ante ti. –Alargó una mano hacia la olla, y Alex retrocedió antes de darse cuenta de lo que hacía-. ¡Y también alguna que otra niña! ¡Alguna chiquilla preciosa que nunca quiso creer en cuentos de brujas!
Al escuchar estas palabras la pequeña de cabellos dorados pareció salir de su ensimismamiento. Levantó la cabeza hacia Anavia Daluenga, todavía con una sonrisa que se desvaneció poco a poco al descubrir un extraño resplandor en la mirada de la mujer. Sus inocentes ojos de ultramar parecían casi traslúcidos.
-Te sorprenderá saber, Alex, que nunca he preparado caramelos azules. Nunca hasta ahora había tenido la oportunidad. –Y la anciana guardó silencio unos instantes antes de añadir:- ¿Qué sabor crees que tendrán?
La boca de la niña se abrió poco a poco. Anavia Daluenga se agachó hasta que sus rostros quedaron a la misma altura. Levantó un dedo para acariciar su mejilla, tan pálida como la de una muñeca de porcelana.
-Sapos y arañas, me comeré tus entrañas...
(VICTORIA ÁLVAREZ, autora de Hojas de Dedalera)
¿Os animáis?
Yo no puedo porque no es internacional :(
ResponderEliminarPero mucha suerte!
un besote.
Yo no sirvo para estas cosas de escribir... pero suerte si participas!
ResponderEliminarUn besito!